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esas preguntas me hacen sufrir. ¿Acaso todo el que se muere sabe de qué se muere?

Vivo con M. I., el compañero a quien le escribí suplicándole que acudiera en mi socorro. Es muy bueno y quiere llevarme una temporada al campo. Yo no me opongo. Eso daría lugar a nuevas preguntas, y hay que hablar lo menos posible. ¿Cómo explicarle que el mutismo es el estado natural del hombre? El cree en ciertas palabras y las ama mucho...

Anoche estuvimos en las islas. Había mucha gente. Vimos zarpar un yate de velas muy blancas...

¡Ah, se me olvidaba! No amo a Elena ni a la señora Norden, y nunca pienso en ellas.

Y no tengo nada que añadir.