Página:Leonidas Andreiev - El misterio y otros cuentos.djvu/52

Esta página ha sido validada
50
 

mi voluntad, mi inteligencia, se hundían en un mar de tristeza. Y el venir siempre aquella tristeza en íntima unión con el sueño la hacía más terrible aún. Cuando el hombre está triste, pero despierto, la visión de la vida que le rodea alivia un poco su dolor; mas el sueño se alzaba entre mi alma y el mundo exterior como un espeso muro, y la tristeza—una tristeza inmensa, sin límites—la saturaba.

No sé los días que habían pasado desde que en aquel sarao grandioso el ¡Tanziren! ¡Tanziren! de Norden fué ahogado de pronto por un caos de voces estremecedoras y el baile interrumpido por una súbita y violenta agitación de tromba.

Me despertó, precisamente a la hora en que el desconocido solía detenerse ante mi ventana, un ruido repentino de carreras y gritos, y me acordé de aquella noche tempestuosa del mes de noviembre... No me levanté a abrirle, como de costumbre, al desconocido. Estaba seguro de que no había venido ni vendría. Me desnudé y volví a acostarme. Los gritos y las carreras continuaban. Se oía subir y bajar sin cesar por la escalera interior. Días antes, aquel constante y presuroso subir y bajar, que denotaba una desgracia, me hubiera producido una dolorosa impresión y me hubiera tenido en vela; pero ahora no me preocupaba. Y tranquilo, e incluso alegre—pues sabía que el desconocido no se atrevería a venir estando todo el mundo levantado en la casa—, me dormí.

No sabía aún que no había de volver a ver nunca los anchos hombros y la exigua cabeza de mi nocturno visitante.