Página:Leonidas Andreiev - El misterio y otros cuentos.djvu/27

Esta página ha sido validada
25
 

sabía qué hacer. Cruzó por mi cerebro la idea de llamar, pero no me atreví.

Permanecí allí largo rato, turbado por aquel silencio que lo envolvía y penetraba todo y miraba con sus ojos blancos a través de la claraboya. Oí de pronto pasos abajo, y volví presuroso a la biblioteca. Cogí un libro y hojeándolo me quedé dormido en un diván, llevándome al reino del sueño la visión del mundo cubierto de nieve y taciturno.

Después de comer me retiré a mi cuarto y, luego de anotar en mi diario las impresiones del día y escribir dos o tres cartas, me acosté; mas como me había pasado durmiendo casi toda la tarde, no tenía sueño, y estuve cerca de dos horas despierto, atento el oído al silencio, la mirada atenta a las tinieblas. Tras los cristales de la ventana, velada por un blanco store, reinaba la noche blanca; las nubes cernían y debilitaban la luz de la Luna.

Creo que empezaba ya a dormirme, cuando «sentí» de pronto que ante la ventana, en el jardín, había alguien. Me incorporé. Una sombra se dibujaba en el store.

Como mi habitación estaba en el entresuelo y la altura de la ventana era escasa, supuse que alguna persona—desde luego de elevada estatura—perteneciente a la servidumbre habría salido llevándose sólo la llave de la verja y no se atrevía a llamar a la puerta del hotel. Con una vaga angustia, no obstante, me levanté, atravesé la estancia y descorrí el store. Un hombre, a quien el antepecho de la ventana le llegaba hasta un poco más abajo de la barbilla, erguíase en