El viento ha arrancado un postigo de la ventana, y el ruido...
El viento, en efecto, era muy fuerte. Aullaba en las chimeneas, batía furioso los muros y cantaba, a veces, deteniéndose en una pequeña colina, al modo de un cantante ante las candilejas, una canción salvaje; pero Norden había mentido: no se había caído ningún postigo, según pude ver por la mañana.
Mirando a las ventanas, en busca de la del postigo caído, vi por primera vez, tras los cristales de una de ellas, a la mujer de Norden. Sus ojos grandes y profundos contemplaban el mar rugiente. Contra lo que yo suponía, no era vieja, sino joven y bella.
—¿Qué edad tiene su señora de usted?—le pregunté aquella tarde a Norden, que cada día me inspiraba menos respeto.
—Veintinueve años.
—Entonces, Elena...
—Elena era hija de mi primer matrimonio. Estoy casado en segundas nupcias.
III
Aquella noche eché de menos mi diario: me lo habían robado. La pueril y obstinada lucha contra toda huella le había hecho, sin duda, desaparecer. Pero el ladrón no logró nada con acto tan innoble: recuerdo muy bien cuanto vi y sentí hasta el momento en que el horror extinguió mi conciencia para largo