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ya llena de gente y se había ya bebido mucho te y mucho vodka. Iban a empezar las canciones.

Chistiakov se sentó en un rincón, sobre un montón de gabanes, y miró con una tristeza afectuosa a los reunidos: no tardaría más de un mes en partir para siempre. Primero se cantaron a coro canciones estudiantiles. Después cantó un terceto, formado por la señorita Mijailova, que tenia una hermosa voz de soprano; Panov, cuya voz de bajo era sonora y bien timbrada, y un estudiante rubio, tenor excelente. En medio de un hondo silencio, el bajo comenzó, lento y grave:

Paz y reposo a todos los cansados...

Impregnaba la noble majestad de las notas una calma solemne, toda melancolía y amor. Alguien inmenso y sombrío como la noche, alguien omnividente y, como tal, de una tristeza y de una piedad infinitas, envolvía la tierra en su manto, y su voz poderosa resonaba en todo el planeta. «¡Dios mío, esa canción me alude!», pensó Chistiakov, escuchando con avidez.

Paz y reposo a todos los cansados...

repitió el tenor, cual si la tierra contestara con una ardiente súplica a las misericordiosas palabras.

A los que sin holgar pasan el día...

añadió, lento y grave, el bajo.

Y sucedió de pronto, a las tinieblas de su voz, una