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—No—replicaba Chistiakov, sonriendo—, no se trata de los nervios. Mi mal está aquí, amigo mío.

Y se llevaba la mano al pecho.

—Esta vida estúpida—añadía—, esta vida sórdida. En este país, el que no es rico no puede cuidarse... Todo está carísimo. Lo único barato son los hombres. En el extranjero sucede todo lo contrario: los hombres son lo único caro.


II


En el mes de diciembre, la salud de Chistiakov empeoró. El enfermo estaba cada día más débil y los dolores del costado izquierdo le hacían padecer mucho; la desaplicación, la estupidez y la insolencia de sus discípulos—casi todos desaplicados, estúpidos e insolentes—le ponían furioso.

En el número 64 no reinaba ya entre los estudiantes la alegría de siempre. Había ocurrido, a fines de noviembre, algo desagradabilísimo, que los demás no habían aún olvidado del todo y Chistiakov no podría olvidar nunca: tanto le había impresionado.

Una noche, en el patio de la hospedería, hallándose todos los estudiantes en un estado de embriaguez rayano en la inconsciencia, el hércules Tolkachov empezó a disputar con Vanka Kostiurin y le dió, inopinadamente, una bofetada.

—¿Por qué me pegas?—preguntó Kostiurin.

—¡Porque quiero y puedo!—contestó Tolkachov, dándole otro bofetón, tan fuerte, que le hizo tambalearse y le bañó la boca en sangre.