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padecía a Tania y se congratulaba de que se hubiera reconocido circunstancias atenuantes en la participación de Jobotiev en el crimen. Kolosov apenas hablaba.
Cuando llegó a su casa preguntó, mientras se quitaba el gabán, si su mujer estaba ya acostada. Camino de la alcoba, se detuvo un momento a la puerta de la habitación de los niños. «¿Entro a darles un beso?», se dijo. Y, contra su costumbre, no entró.