El turista gordo.—¡Guardias, guardias! ¡Se impone un proceso verbal!
La señora belicosa (avanzando, amenazadora, hacia el señor del chaleco blanco).—¡No puedo permitir que se me engañe! He visto a un aviador estrellarse contra un tejado, he visto a un tigre despedazar a una mujer...
Un fotógrafo.—¡Las placas que he gastado fotografiando a ese canalla me las pagará usted, señor!
El turista gordo.—¡Un proceso verbal! ¡Se impone un proceso verball ¡Qué osadía!
El señor del chaleco blanco (retrocediendo).—¿Pero cómo quieren ustedes que le obligue a caer? Se negaría rotundamente.
El desconocido.—¡Claro que me negaría! Yo no me estrello por veinticinco rublos.
El pastor.—¡Qué granuja! ¿Para eso he arriesgado yo mi vida confesándole? Porque he arriesgado mi vida, señores, exponiéndome a que cumpliera su amenaza y se me dejara caer encima.
Macha (melancólica).—Papá: ¡un policía!
Gran confusión. Unos rodean, tumultuosamente, al policía y otros al señor del chaleco blanco. Ambos gritan: «¡Señores, por Dios!»
El turista gordo.—Señor policía: ¡hemos sido víctimas de una impostura, de una granujada!
El pastor.—¡El joven de la roca es un infame, un criminal!
El policía.—¡Calma, señores, calma!... ¡Eh, amigo! (dirigiéndose al desconocido). ¿Está usted dispuesto a caer, o no?