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El desconocido (con voz débil).—¡Que se vayan al diablo!

El corresponsal.—¿Qué?... ¡Ah, yal ¡Sí, sí!... (Escribiendo.) Cariñoso saludo de despedida... Decidido adversario de las leyes en favor de los negros... Su último deseo es que estos animales....

Un pastor protestante (abriéndose paso entre la multitud).—¿Dónde está? ¡Ah, ya le veo! ¡Pobre joven!... Señores: ¿no hay aquí ningún otro miembro del clero? ¿No? ¡Gracias! ¡Yo he llegado el primero!

El corresponsal (escribiendo).—Momento solemne... Llega el confesor... Silencio religioso... Muchos espectadores lloran...

El pastor.—Permítanme, señores... Esa alma extraviada quiere reconciliarse con Dios. ¿Verdad, hijo, mío (dirigiéndose, a gritos, al desconocido), que quiere usted reconciliarse con Dios? Confiéseme sus pecados, y le daré la absolución... ¿Qué? ¡No le oigo!

El corresponsal (escribiendo).—Se oyen sollozos por doquier... En términos conmovedores, el sacerdote le habla de ultratumba al criminal, digo, al desgraciado, que le escucha con lágrimas en los ojos...

El desconocido (con voz débil).—Si no se retira usted de ahí, le caeré encima. Peso noventa kilos.

Los espectadores próximos a la roca retroceden, asustados.

Voces.—¡Ya cae! ¡Ya cae!

El turista gordo (emocionado).—¡Macha! ¡Sacha! ¡Petka!

El primer guardia.—Señores: ¡apártense; se lo ruego!