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Katia! ¿Te has hecho cargo? Brilla el Sol, el corresponsal nos honra con su presencia, y el sin ventura...

El corresponsal—¿Dónde está?

Voces solícitas.—¡Ahí, en lo alto de la roca!... ¡Un poco más arriba!... ¡Un poco más abajo!

El corresponsal.—Déjenme, señores; yo lo encontraré... ¡Ya lo veo! ¡Su situación no es nada envidiable!

Un turista (ofreciéndole su taburete).—¿Quiere usted sentarse?

El corresponsal.—¡Gracias! (Se sienta.) ¡Muy interesante, muy interesante! (Saca papel y lápiz.) ¿Han impresionado ustedes ya algunos clisés, señores fotógrafos?

El primer fotógrafo.—Hemos fotografiado la roca, con el pobre joven esperando su trágico fin.

El corresponsal—¡Muy interesante, muy interesante!

El turista gordo.—¿Oyes, Sacha? Un hombre tan listo y tan culto como el corresponsal encuentra esto muy interesante, y tú sólo piensas en los emparedados, ¡imbécil!

El primer colegial—El corresponsal, probablemente, habrá almorzado ya.

El corresponsal—Señores: si fueran tan amables... un poco de silencio...

Una voz solícita.—¡Que se callen en el buffet!

El corresponsal (a voz en cuello, dirigiéndose al desconocido).—Permítame presentarme: soy el principal corresponsal de la Prensa auropea. Quisiera hacerle a usted algunas preguntas acerca de su si-