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—A ver si robas algo, ¿eh?... ¡Tendré que llevarte a la Comisaría, sinvergüenza!

—¿Usted a mí? ¡Permítame que lo dude!

El borracho escupió y pisó el salivazo, con grave peligro de su posición vertical.

—¡Andando!—gritó Bargamot—. En la Comisaría hablaremos.

Y su mano robusta se agarró al cuello de la chaqueta del beodo, cuyos deterioros, aun mayores que los del resto de la prenda, denotaban que aquel pecador había sido ya guiado otras veces por el camino de la virtud.

Luego de sacudir ligeramente a Garaska y empujarlo hacia la Comisaría, Bargamot se puso en marcha, como un poderoso remolcador que arrastra al puerto un barquichuelo averiado. Estaba furioso. ¡Por culpa de aquel canalla iba a perder media hora lo menos de expansión familiar! ¡Con qué gusto le hubiera dado un par de soplamocos! No se los daba en atención a la solemnidad del día.

Garaska andaba con un paso bastante firme, para lo borracho que estaba. Es más: se diría que iba contento.

—¿Qué día es hoy, guardia?—preguntó.

—¡No tengo gana de conversación!—contestó Bargamot—. ¡Podías haberte emborrachado un poco después!

—Han tocado a gloria en San Miguel Arcángel, ¿verdad?

—Sí... ¿y qué?—dijo extrañado el guardia, que no conocía el método dialéctico de Sócrates.