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vamos a hacerle? Nos pasaremos sin él; hay palabras que achispan tanto como el falerno.

Aurelio despidió al esclavo con un gesto y, solos ya él y Lázaro, siguió charlando; pero diríase que, a medida que el Sol declinaba, la vida se retiraba de las palabras del escultor; resonaban vacías e incoloras; se tambaleaban como borrachos; resbalaban y caían cual entorpecidas por la angustia y la desesperación. Y negros precipicios se abrían entre ellas, como lejanos precursores del gran vacío y las grandes tinieblas.

—Soy tu huésped y no me ofenderás, Lázaro. La hospitalidad es un deber hasta para los que han estado tres días muertos, pues duró tres días, según me han contado, tu estancia en la tumba. Debe de hacer frío allí... y á eso se debe, sin duda, tu mala costumbre de privarte de fuego y vino. A mí me gusta la luz, y en esta tierra obscurece tan de prisa... La línea de tu frente y de tus cejas es muy curiosa: produce la impresión de un palacio destruido por un terremoto y cubierto de ceniza. ¿Pero por qué llevas ese traje tan feo y tan extraño? Según he visto en esta tierra, los novios se visten así. ¿Acaso es hoy el día de tu boda?

El Sol se hundía en el horizonte; una gigantesca sombra negra llegaba de Oriente; parecían oírse en la arena pisadas de enormes pies descalzos; el viento frío azotaba la espalda del escultor.

—Pareces aún más grande en la obscuridad, Lázaro; se diría que has engordado en algunos minutos. ¿Te nutres, quizá, de tinieblas?... Me gustaría tener