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ENCÍCLICA

Desde entonces, aprovechando cada oportunidad, o creándola, nunca hemos dejado de insistir en hacer operativos estos acuerdos. De hecho, sentimos que era nuestro deber presentar estas solicitudes al mismo poderosísimo Emperador[a]. De este modo pudimos comprobar su sentimiento de amistad hacia Nosotros y recibir un testimonio significativo de su alto sentido de justicia por vuestra causa. Nunca dejaremos de transmitirle Nuestras peticiones, encomendándolas de manera especial a Dios, porque el corazón del rey está en las manos del Señor[1] — En cuanto a vosotros, Venerables Hermanos, seguid con Nosotros defendiendo la dignidad y los derechos sacrosantos de la religión católica, que puede cumplir fielmente sus compromisos y ofrecer los beneficios necesarios cuando, pudiendo gozar de una adecuada seguridad y libertad, va acompañada de las ayudas apropiadas para cumplir su misión. Por lo tanto, ya que vosotros mismos podéis cumplir Nuestro compromiso de proporcionar un clima de paz en el tejido social de los pueblos, seguid actuando de la misma manera, para que el respeto a los poderes superiores y la obediencia pública a las leyes sigan siendo un punto fijo para el clero. y para todos. Una vez eliminado todo motivo de ofensa o desaprobación y toda otra actitud de falso respeto, el prestigio del catolicismo se preserva y aumenta. — Ocupaos también de que nada deje de garantizar la completa salud espiritual de los fieles, ni en la administración de las parroquias, ni en el ofrecimiento del alimento de la palabra de Dios, ni finalmente en el cumplimiento del vivo espíritu religioso, para que los niños y adolescentes, especialmente en las escuelas, sean instruidos cuidadosamente en la sagrada doctrina, y esto, en la medida de lo posible, por los sacerdotes a quienes este encargo les ha sido encomendado; procuraréis que el decoro de los templos sagrados y la belleza festiva de las solemnidades, de las que la fe saca buen provecho, sean dignos del culto divino. Haréis bien en prevenir enseguida el peligro que pueda aparecer en estos asuntos. En este caso, no os abstengáis de apelar, con la debida corrección y prudencia, a los acuerdos que se han realizado con esta Sede Apostólica. Mantened alejados estos peligros y promover la consecución de estos bienes no es sólo útil para el pueblo polaco, sino de todo aquel que crea bueno y deseable que el Estado se rija por la caridad. En efecto, la Iglesia Católica, como recordamos al inicio de esta carta y como queda claro cada día, nació y se estableció de tal manera que nunca podría ser perjudicial para los Estados y los pueblos, sino que siempre podrá crear numerosos y válidos beneficios, también respecto de las cosas temporales.


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  1. Prov 21,1.