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ENCÍCLICA

Sobre estas cuestiones tan importantes, Venerables Hermanos, tenéis a vuestra disposición un amplio tratamiento en los escritos que ya hemos publicado en varias ocasiones. Sin embargo, nos ha parecido oportuno recordarlos de manera sucinta, para que vuestro celo, aprovechando el nuevo impulso de Nuestra autoridad, pueda tender hacia la meta con mayor fuerza y con mayor éxito. Y ciertamente será de gran utilidad y fortuna para vuestra grey: si no prestan oído a las palabras de los subversivos que nunca desisten, con los medios más reprochables, del perverso intento de trastornar y destruir reinos; si no descuidan ninguno de los deberes de los buenos ciudadanos y de la sagrada y obediente lealtad a Dios, tomará vigor la lealtad hacia el Estado y los príncipes.

Prestad también vuestra más viva atención hacia la sociedad doméstica, la educación de los jóvenes y del clero, y las mejores maneras de practicar la caridad cristiana. — La integridad y la honestidad de la vida doméstica, de las que deriva sobre todo el bienestar en el tejido de la sociedad civil, deben proceder de la santidad del matrimonio que, celebrado según los dictados de Dios y de la Iglesia, es uno e indisoluble. Es pues necesario que los derechos y deberes entre los cónyuges permanezcan inviolables y estén sostenidos por la mayor armonía y caridad posibles; que los padres se hagan cargo del cuidado y de las necesidades e sus hijos, ante todo de su educación, y les den ejemplo con la mejor y más eficaz de las herramientas: su conducta en la vida. No piensen que pueden proporcionar, como es su deber, una educación sana y correcta a sus hijos sin una cuidadosa supervisión. Por lo tanto, deben tener cuidado no sólo con aquellas escuelas e institutos donde la enseñanza está deliberadamente contaminada por errores religiosos y donde reina la impiedad, sino también con aquellos donde no se imparte una enseñanza sistemática sobre los principios y la conducta cristianos, como si fueran cosas molestas. Es, en efecto, necesario que la mente de quienes están educados en letras y ciencias pueda, al mismo tiempo, dirigirse al conocimiento y profundización de las cosas divinas, porque, como la naturaleza advierte y ordena, no sólo son deudoras del Estado, sino también, y mucho más, de Dios; como criaturas humanas nacieron para servir a la sociedad, sí, pero para seguir su camino hacia la patria celestial y concluirlo allí con sincera dedicación. Por eso es necesario no interrumpir nunca este compromiso mientras, con la edad, su cultura crece. En efecto, es necesario trabajar con más insistencia, tanto porque los jóvenes, ante una rica oferta cultural, están cada día más impulsados por el deseo de saber, como porque cada día se ven sometidos a mayores riesgos para su fe, con las graves consecuencias ya deploradas. En cuanto al método de transmisión de la enseñanza religiosa, de establecer la rectitud y capacidad de los profesores y de elección de los libros,