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CARTA

lleven al pueblo bárbaro el culto civil y las costumbres suaves que disipen las tinieblas de la ignorancia, para que finalmente también ellos alcancen un lugar entre los santos en virtud de la fe[1].

Finalmente, deseamos que vuestro constante celo se oriente a lo que sigue. Puesto que, especialmente en estos tiempos, los malvados abusan de los diarios y revistas para difundir opiniones perversas y corromper las costumbres, por favor, considerad tarea vuestra seguir el mismo camino y utilizar los mismos métodos; culpablemente apuntan a la destrucción; vosotros santamente a la edificación. Será obra meritoria si hombres dotados de ciencia y virtud se dedican a escribir ensayos que se publiquen en determinados días o cada cierto tiempo; de este modo, una vez que los errores sean gradualmente refutados, la verdad será más ampliamente difundida, y las almas débiles serán rescatadas del letargo y se encargarán de defender incansablemente la fe y de profesarla abiertamente, amándola de corazón por el bien de la justicia. Se lograrán muchas y grandes ventajas si esos escritores, que luchan por una causa digna, asumen los deberes que les corresponden. Naturalmente, como hemos aconsejado en otras ocasiones, deben, con moderación, prudencia y caridad, proteger firmemente los principios de verdad y rectitud, sostener los derechos sacrosantos de la Iglesia, exaltar la majestad de la Sede Apostólica, respetar la autoridad de quienes gobiernan el Estado: pero en estas funciones recuerden, como es justo, adherirse a los Obispos y seguir sus consejos. Así, Venerables hermanos, podrá surgir una muy válida defensa para ayudaros a desviar de las fuentes impuras a las personas que os han sido confiadas y conducirlas a manantiales saludables. Tenéis, pues, unas cuestiones que, según Nuestro deseo y Nuestro consejo, podéis debatir en vuestras asambleas. No tenemos ninguna duda de que ciertamente decidiréis dedicar todos los cuidados al cumplimiento de Nuestros deseos. Y para que esto suceda por decisión unánime, imploramos la ayuda celestial, recurriendo a los intercesores, junto con la Inmaculada Madre de Dios María, con el santísimo obispo Toribio y con la virgen Rosa, a quien la Iglesia llama la primera flor de la santidad. de vuestro Perú y de toda Sudamérica.

Mientras tanto, como testimonio de Nuestro amor, Venerables Hermanos, y como deseo de dones divinos, a todos vosotros, a vuestro clero y a vuestro pueblo, impartimos con gran afecto la Bendición Apostólica.

Dado en Roma, junto a San Pedro, el 1 de mayo de 1894, año decimoséptimo de Nuestro Pontificado.


LEÓN XIII
  1. Hch 26, 18.