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CARTA

vosotros sois la luz del mundo, vosotros sois la sal de la tierra[1]. Ardientes, pues, en la caridad y dedicación a las almas, no piden lo que les pertenece a ellos, sino a Jesucristo, dispuestos a afrontar los sacrificios y ofrecer sus almas por su rebaño. De hecho, aquellos que, por un beneficio vergonzoso o inducidos por intereses humanos, intentan asumir una tarea tan ardua y venerable, aquellos que carecen de santidad de vida y de cultura, deben ser absolutamente rechazados; en realidad son mercenarios que no entran por la puerta, son como la sal que ha perdido su sabor y no sirve para nada más que para ser tirada y pisoteada por los hombres[2].

Estas sugerencias apuntan a beneficiar a aquellos que ya están felices en el redil del rebaño del Señor. Pero en verdad hay entre vosotros, venerados hermanos, personas que, no habiendo aún sido llamadas[3] permanecen todavía en tinieblas y en sombra de muerte[4]. Son las ovejas que padecen y que debéis conducir a Jesús, el pastor supremo de las almas. En efecto, la ciudad del Dios vivo, la Iglesia de Cristo, no limitada por ninguna frontera, está abierta a la salvación de todos: su fuerza, que proviene del mismo Divino Creador, se expresa de un mar a otro y expande cada día el lugar de su tienda y de sus tabernáculos[5], por lo que justamente y con razón se le llama católica. Sabemos y hemos aprendido con certeza que esta ascensión del pueblo al monte Sion debe atribuirse a la gracia divina. A Dios le corresponde incrementar el nombre cristiano; porque nadie puede venir al Hijo, si el Padre no le ha atraído[6]. Creemos que esta es la voluntad del Padre misericordioso, confirmada por la acción y la enseñanza de Nuestro Redentor: que los hombres mortales cumplan con la obra del mismo Dios para la salvación de las almas. De hecho, según la advertencia del Apóstol, la fe depende de la escucha: la escucha de la Palabra de Cristo; pero ¿cómo escucharán sin un predicador? ¿Cómo predicarán si no son enviados[7]. Por eso os amonestamos y añadimos estímulos a vuestra caridad, Venerables Hermanos, para que las sagradas misiones entre los indios se hagan más numerosas; que se multipliquen los hombres misericordiosos que, como alegres voluntarios, sean enviados a las mieses del Señor y, sin ninguna complacencia con la carne y la sangre, se comporten con sus hermanos abandonados de tal manera que los ganen para Cristo;

  1. Mt 5, 14.
  2. Mt 5, 13.
  3. 1 Pt 2, 9.
  4. Lc 1, 79.
  5. Is 54, 2.
  6. Jn 6, 44.
  7. Rom 10, 17.