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CARTA

Si respetáis estos preceptos, el clero será aún más honrado y mayores elogios llegarán a la Iglesia, que siempre ha sido considerada -y, de hecho, debe ser considerada- sustentadora y favorecedora de los mejores estudios; además tendréis a vuestra disposición hombres idóneos que, llamados a compartir vuestra enseñanza, os serán de gran utilidad y ayuda en la educación del pueblo y en la promoción de la piedad.

Queremos dirigiros otra cálida recomendación: los mejores sacerdotes deben ser los responsables de dirigir las parroquias. En efecto, aquellos que son elevados a este cargo, tan honorable e investido de autoridad, pero aún más lleno de dificultades y preocupaciones, son los principales colaboradores de que disponen los Obispos en su actividad pastoral como los primeros auxiliares en la enseñanza de los que creen en la vida eterna en Cristo[1]. De hecho, Cristo adopta a sus pastores para que actúen como fieles guardianes, para que el pueblo santo de Dios no desfallezca y no sufra daños por el asalto de sus enemigos. Reciben el mandato de padres de almas que, hechas a imagen del Creador[2], fueron adquiridos por Dios y el Cordero, no con oro ni plata corruptibles, sino con la sangre preciosa de Cristo, como un cordero sin mancha[3]. Es necesario, por tanto, que padezcan hasta que Cristo renazca en ellos[4]. Son pastores que, si no quieren ser considerados mercenarios, deben conocer a sus ovejas, nutrirlas con el alimento de la palabra de Dios, educarlas con la ayuda de los sacramentos; hechos también ellos rebaño, poseyendo el misterio de la Palabra en su limpia conciencia[5], gobiernan al pueblo que les ha sido confiado de modo que puedan apropiarse de las palabras del Apóstol: sed imitadores míos, como yo lo soy de Cristo[6] Finalmente, aquellos a quienes Dios envía a la cabeza de su pueblo para guardarlos en el camino[7], y en medio de los enemigos para conducirlos al lugar que él ha preparado, la ciudad santa de Jerusalén. preparada para ser revelada a nosotros al final de los tiempos[8]. Siendo así, veis, venerados hermanos, cuánto celo necesitáis en la elección de los párrocos, cuánta y qué asidua vigilancia para orientarlos hacia su magisterio. Es necesario que sean hombres que merezcan las palabras del Señor:

  1. 1 Tim 1, 16.
  2. Ap 14, 4.
  3. 1 Pt 1, 18.
  4. Gal 4, 19.
  5. 1 Tm 3, 9
  6. 1 Cor 14, 16.
  7. Ex 23, 20.
  8. 1 Pt 1,5.