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ANTONIO.

puerta que estaba al piso, cerrada con la mayor seguridad, aunque de modo que daba paso á la voz, por allí conferenciaron, reduciéndose la entrevista de parte de Cleopatra á pedir el reino para sus hijos, y de parte de Proculeyo á exhortarla á tener buen ánimo, y ponerse confiadamente en manos de César.

Hecho cargo Proculeyo del sitio, dió de él parte á César, por quien fué enviado Galo para que tambien le hablase, y dirigiéndose á las puertas, alargó de intento su plática.

En tanto, Proculeyo arrimó una escala á la ventana por donde las mujeres habian subido á Antonio; y al punto bajó con dos ministros que llevaba consigo á la misma puerta donde Cleopatra estaba en conversacion con Galo.

A esta sazon, una de las mujeres encerradas con Cleopatra grito: «Desgraciada Cleopatra, te cogen viva. Volvióse á esta voz, y habiendo visto á Proculeyo, fué á darse muerte, porque llevaba ceñido un puñal de los que usan los piratas; pero acudió corriendo Proculeyo, y teniéndola eon ambas manos: «Injurias, le dijo, ob Cleopatra, á tí y á César, quitando á éste la ocasion de dar pruebas de su bondad, y calumniando al más benigno de los generales de infiel é implacable.» Quitóle al mismo tiempo el puñal, y le sacudió la ropa por si tenía oculto algun veneno. Fué tambien enviado de parte de César su liberto Epafrodito, con encargo de poner la mayor diligencia en que se conservase en vida, y en todo lo demas se mostrase indulgente y condescendiente hasta lo sumo.

Encaminose ya César á la ciudad, bablando con el filósofo Areo, á quien dió la derecha, para que inmediatamente se hiciera visible á los ciudadanos y causara admiracion la distincion con que le trataba. Entró despues en el Gimnasio, y subiendo á una tribuns que le habian formado, cuando todos estaban poseidos de miedo y postrados por tierra, les mandó que se levantaran, asegurándoles que el pueblo estaba perdonado de toda culpa, en pri-