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estuvo de su parte por que los españoles no careciesen do este inapreciable tesoro de doctrina. Nas Eo negándole, como no le negaré, la inteligencia de la lengua de donde tradueia, es preciso que la version latina que luvo á la vista fuese sumamente defectuosa y oscura, pues que su traduccion frecuentemente no da el senlido del original, y suelen pasarse á veces páginas enteras sin que su lenguaje haga sentido ninguno; de manera que no sé cómo pudo gustar de Plutarco quien asi le leia. Comprendo sí muy fácilmenle la eausa de que su traduccion cayese muy luego en un completo olvido, pues es imposible que satisfaçiese á nadie, ni á doctos, ni á indoctos; y más imposible todavía que inspirase á nadie deseos de leer los libros de un escritor que por su traduccion aparecia tan confuso y oseuro. Esta no disgustaria cuando se publicó por los arcaismos y lo desusado de las voces y la locueion, sino porque cuando se leen dos ó tres páginas sin encontrar más que uno ú olro período que forme sentido y dé alguna idea clara, no hay lector tan aficionado que no se canse y que no dé de mano á leyenda tan seca y desabrida. Por tanto, no es extraño que el mencionado secretario Diego Gracian, que en mejor tiempo y con mayor copia de erudicion tradujo del griego, como dejamos dicho, la mayor parte de las obras morales del mismo Plutarco, dijese con alusion á la traduccion de Palencia lo siguiente: «Así (esto es, del latin) están lraducidas en ro- »mance castellano las vidas de este mismo autor Plularco, »que más verdaderamente se podrán llamar muertes ó »muertas, de la suerte que están oscuras, y faltas y men-