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jora de costumbres para los hombres, que muy fácil y prontamente sou conducidos y reformados por el que los manda. Estos mismos respetaron á Tacio con ser un jefe advenedizo, y divinizan la memoria de Rómulo tributándole eulto; y quién sabe si tambien el pueblo vencedor mirarå ya con hastio la guerra, y llenos de triunfos y de despojos desearáo por amor de la paz y de las buenas leyes un jefe sosegado y amigo de la justicia? y si del todo están entoquecidos con la guerra, no será mejor dirigir á otra parte sus fmpetus, pues que has de tener las riendas en la mano, y ser en beneficio de su patria y de todo el pueblo Sabino un vínculo de benevolencia y concordia para con una ciudad floreciente, y que ha adquirido gran poder?» Unlanse tambien con estas cosas, segun se cuenta, señales faustas, y gran celo y empeño de parte de sus conciudadanos, quo luégo que se diyulgó la noticia del mensaje, acudieron á rogarie que fuese y se encargase del reino, para más segura union é incorporacion de los dos pueblos.

Luėgo que se dejó vencer, haciendo sacrificio á los Dioses, se puso en camino para Roma. Saliéronle á recibir el Senado y el pueblo por el desmedido amor que le tenian; las matronas le dirigian gloriosos encomios; en los templos se bacian por él sacrificios, y en todos resplandecia el júbilo como si cada uno recibiera, no al rey, sino el reino. Luégo que llegaron á la plaza, el que en aquel nomenw era por turno interei, Espurio Vecio, dió à los ciudadanos los cálculos para votar, y todos le votaron: trajéronie entónces las insignias reales, pero mandó que se detuviesen, porque no se daba por satisfecho hasta recibir el reino tambien de mano de Dios. Congregando, pues, á los augures y å los sacerdotes, subió al Capitolio, al que entónces los Romanos le llamaban collado Tarpeyo. Alli el presidente de los augures, volvióndole encubierto hácia el Mediodia, y puesto en pié á su espaida, tocándole con la