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MARCO CATON.

dijo nada; pero habiéndola mirado de mal ojo, y vueltole la espalda, luego llegó á noticia del padre. Enterado, pues, de que la cosa se miraba mal por los jóvenes, sin echarles nada en cara, ni darles ninguna reprension, salió de casa, bajó con los amigos como lo tenía de costumbre hácia la plaza, y saludando en voz alta á uno llamado Salonino, amanuense que habia sido suyo, y uno de los que le acompañaban, le preguntó si habia colocado ya á su hija con algun novio. Respondióle éste que ni siquiera pensaria en ello sin darle parte; á lo que le replicó: «Pues yo te he encontrado un pretendiente muy proporcionado, como no haya inconveniente por la edad, pues por lo demas no hay otra tacha sino que es muy viejo.» Rogándole Salonino que lo tomara á su cuidado, y diera la doncella á quien se babia propuesto, pur cuanto siendo su cliente necesitaba de que la protegiese, ya entonces Caton no se detuvo más, y le dijo abiertamente que era para si para quien la pedia.

Quedése al principio sorprendido Salonino con semejante propuesta, como era natural, creyendo á Caton muy lejos de casarse, y más lejos todavía á sí mismo de una familia consular, y de la peticion de un triunfador; mas viéndole todavía solícito, recibió la demanda con alegria, y acabando de bajar á la plaza, hicieron al punto los esponsales.

Celebróse el casamiento, y el hijo de Caton presentándose con algunos de los deudos preguntó al padre, si era porque le hubiese ofendido ó disgustado en algo el haber pensado darle una madrastra; mas Caton, «ten mejores ideas, hijo, le contestó con esforzada voz, por que tu conducta para conmigo no puede mejorarse, ni tengo la menor queja: solamente me he propuesto dejar para mi consuelo muchos hijos, y para el de la patria muchos ciudadanos que se parezcan á ti.» Dícese que esta máxima sentenciosa fué proferida antes por Pisistrato, tirano de Atenas, el cual, teniendo ya hijos crecidos, casó de segundas nupcias con Timonasa de Argos, de la que hubo en hijos á lofante y á