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Paulo Emilio.

puesta con artificio y órden, parecia fortuita, y como hecha por sí misma; los yelmos sobre los escudos; las corazas junto a las canilleras; las adargas cretenses, las rodelas de Tracia, las aljabas mezcladas con los frenos de los caballos, á su lado espadas desnudas, y junto á éstas las lanzas macedonias, habiéndose dejado huecos proporcionados entre todas estas armas; con lo que en la marcha, dando unas con otras, formaban un eco áspero y desapacible, que áun con provenir de armas vencidas hacía que su vista inspirase miedo. En pos de estos carros de las armas marchaban tres mil hombres, conduciendo la moneda de plata en setecientas y cincuenta esportillas de á tres talentos, y á cada uno de estos le acompañaban otros cuatro. Seguian luego otros, que conducian salvillas, vasos, jarros y tazas de plata, muy bien colocadas todas estas piezas para que pudieran verse, y primorosas en si, y por lo grandes y dobles que aparecian.

En el dia tercero, muy de mañana, abrieron la pompa trompeteros, que tocaban, no una marcha compasada y própia del caso, sino aquella con que se incitan los Romanos á sí mismos en medio de la batalla; y en seguida eran conducidos ciento veinte bueyes cebones, á los que se les habian dorado los cuernos, y que habian sido adornados con cintas y coronas. Los jóvenes que los llevaban, ceñidos con fajas muy vistosas, los guiaban al sacrificio, y con ellos otros más mocitos con jarros de plata y oro para las libaciones. Venian luégo los que conducian la moneda de oro, repartida en esportillas de á tres talentos como la de plata, y éstas eran al todo setenta y siete. Tras éstos seguian los que conducian el ánfora sagrada, que Emilio habia becho guarnecer con pedrería de hasta diez talentos, y los que iban enseñando las Antigonidas, las Selencidas, los Tericleos y toda la bajilla de que usaba Perseo en sus banquetes. En pos iba el carro de Perseo y sus armas, y la diadema puesta sobre las armas. Despues con algun inter-