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Paulo Emilio.

donde ve algun amigo ó deudo, le refiere lo que le ha sucedido y le pide auxilio. Reúnensele muchos de los más esforzados, y rompiendo con impetu por entre los demas bajo la guía del mismo Marco, se arrojan sobre los contrarios. Retirándolos con la más acalorada porfia, con gran matanza y con muchas heridas, y dejando el sitio desierto y despejado, se dedican á buscar la espada. Aunque con gran dificultad, halláronla por fin escondida bajo montones de armas y de cadáveres; con lo que alegres y triunfantes cargan con mayor denuedo sobre aquellos enemigos que todavía resistian. Finalmente, los tres mil escogidos, manteniendo su puesto, y peleando siempre, todos fueron deshechos; hízose en los demas que huian terrible carnicería, tanto, que el valle y la falda de los montes quedaron llenos de cadáveres, y los Romanos al pasar al otro dia de la batalla el rio Leuco, vieron sus aguas teñidas todavía en sangre. Dicese que murieron más de veinticinco mil; y de los Romanos perecieron, segun dice Posidonio, ciento, y segun Nasica, ochenta.

Tuvo esta gran batalla una determinacion muy pronta, porque habiéndose comenzado á la novena hora, antes de la décima habian ya alcanzado la victoria. Lo que restaba del dia lo emplearon en seguir el alcance, persiguiéndolos basta ciento y veinte estadios; de manera que ya se retiraron entrada la noche. Saliéronlos á recibir los criados con antorchas, y con gran regocijo y algazara los condujeron á las tiendas, que estaban iluminadas y adornadas con coronas de hiedra y laurel; mas el general recibió una terrible pesadumbre, porque militando en su ejército dos de sus hijos no parecia por ninguna parte el más jóven de ellos, que era al que más amaba, y al que veia sobresalir por su natural inclinacion á la virtud entre sus hermanos.

Siendo de un ánimo arrojado y pundonoroso, y todavía de edad muy tierna, tenía por cierta su pérdida, creyendo que por la inexperiencia se habria metido entre los enemigos