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Paulo Emilio.

auxilio. Con todo, un escritor llamado Posidonio, que se dice haber coincidido en aquellos tiempos y en aquellos sucesos, el cual compuso la historia de Perseo en muchos libros, dice que no se retiró por miedo ni á causa del sacrificio, sino que en el principio de la batalla le sucedió ya que un caballo le dió una coz en un musto; y en la batalla misma, no obstante que se hallaba muy incomodado, y que lo contenian los amigos, hizo que del bagaje le trajeran un caballo; que montando en él, se colocó en la falange sin coraza, y que tirándose de una y otra parte muchas armas arrojadizas, le alcanzó un dardo todo de hierro, el cual no le dió de punta, sino que el golpe se corrió por el costado izquierdo; mas con todo, con el impetu de la marcha se le abrió la túnica, y se vió la carne enrojecida con una gran contusion que por mucho tiempo conservó la señal del golpe: así es como Posidonio hace la apología de Perseo.

No pudiendo los Romanos romper la falange cuando llegaron å embestirla, Satio, comandante de los Pelignos, echó mano á la insignia de sus soldados, y la arrojó contra los enemigos; por lo que, corriendo los Pelignes hácia aquel sitio, pues no es lícito ni aprobado entre los Italianos el abandonar la insignia, se vieron hechos y sucesos terribles en aquel encuentro de una y otra parte. Porque los unos procuraban con sus espadas apartar la lanzas, defenderse de ellas con los escudos ó retirarlas cogiéndolas con la mano, y los otros asegurando el golpe con entrambas y aparlando con las mismas armas á los que los acometian, coino no bastasen ni el escudo ni la coraza para contener la violencia de la lanza, derribaban de cabeza los cuerpos de los Pelignos y Marrucinos, que desatentados corrian encolerizados como fieras á los golpes contrarios, y á una muerte cierta. Mientras así eran molestados los de la vanguardia, no se contuvieron en su lugar los que for maban en pos de ellos, sin que esto fuese una fuga, sino