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Plutarco.—Las vidas paralelas.

glados y á un general de tropas de línea acostumbradas á lidiar á pié firme. Teniendo, pues, Pompeyo en aquella sazon un ejército á sus órdenes, andaba negociando que se le diera la comision de ir en auxilio de Metelo; y sin embargo de habérselo mandado Catulo, no lo disolvió, sino que se mantuvo en armas alrededor de Roma, buscando siempre algun pretexto; hasta que por fin se le dió el apetecido mando á propuesta de Lucio Filipo. Dícese que preguntando uno entonces en el Senado con admiracion á Filipo si realmente era de sentir de que se enviase á Pompeyo por el consul, respondió: «Yo por el cónsul no, sino por los cónsules;» dando á entender que ambos cónsules éran inútiles para el caso.

No bien hubo tocado Pompeyo en España, excitó en los naturales, como sucede siempre á la fama de un nuevo general, otras esperanzas; y conmovió y apartó de Sertorio entre aquellas gentes todo lo que no le estaba firmemente unido. Sertorio en tanto usaba contra él de un lenguaje arrogante, diciendo con escarnio que para aquel mozuelo no necesitaba más que de la palmeta y los azotes, si no fuera porque tenía miedo á aquella vieja (aludiendo á Metelo); mas, sin embargo, temia realmente á Pompeyo, y precaviéndose con sumo cuidado, hacía ya la guerra con más tiento y seguridad: porque de otra parte, Metelo (cosa que nadie habría pensado) se habia relajado en su conducta, entregándose con exceso á los placeres; con lo que repentinamente habia habido tambien en él una grande mudanza con respecto al fausto y al lujo: de manera que esto mismo dió mayor estimacion y gloria á Pompeyo, por cuanto todavía hizo más sencillo su método de vida, que nunca babia necesitado de grandes prevenciones, siendo por naturaleza sobrio y muy arreglado en sus deseos. En esta guerra, que tomaba mil diferentes formas, ninguna cosa mortificó más á Pompeyo que la toma de Lauron por Sertorio; porque cuando creia que le tenía envuelto, y áun se jactaba de