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haciéndolo cuidar como si hubiera sido algún padrillo de gran precio. Vió con disgusto que todos los días, casi, iba á la pulpería y que allí pasaba las horas, volviendo después á casa, ó demasiado alegre ó demasiado triste. Unas veces, volvía con el tirador lleno de pesos y no hablando sino de comprar cosas de puro lujo; otras venía sin un cobre y hecho un tigre. Empezó la señora á concebir sospechas aterradoras, viendo ya cercana la tormenta que derriba el hogar y lo hunde en la desgracia y en la miseria. Sigilosamente, mandó un telegrama á don Prudencio.

Pero pasaron días y semanas sin que éste volviera ni diera señales de vida, y mientras tanto, seguía Demetrio jugando. Empezaba á perder, en medio de caprichosas alternativas, mucho más de lo que antes había ganado. Su genio se alteraba; sus modales se volvían destemplados; maltrataba & su gente y por poco hubiera maltratado á su mujer cuando quería ella conocer los motivos de su malestar y de ese cambio repentino.

La bruja gozaba. En su fogón, sólo ya burbujeaba despacio el contenido de una única olla, vigilada por su yerno y su hija, con el mismo afán que por ella misma. Habían bastado algunas gotas de lo que allí cocinaba para proporcionar á Demetrio el cebo de la engañosa y pasajera suerte que ya lo iba conduciendo al abismo, y la vieja veía próximo el momento en que podría, si no viniese á estorbar ese otro brujo de don Prudencio, hacer pasar, por medio del juego, á manos de su yerno la estancia de Demetrio con las haciendas que le quedaban. Todo ya casi estaba listo; apenas cuatro noches y tres días más de cocimiento faltaban, y dos ó tres ingredientes, que ya los había conseguido y los tenía á mano, para po-