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dientes hermosos los labios rojos, y dejando vagar como en algún paraíso soñado su negra mirada velada por dos lágrimas.

Sencillamente cantaba el payador en sus versos, las proezas de Lorenzo, diciendo cómo le había salvado la vida, peleando con un matrero que lo iba á matar. Y en un arrebato de entusiasmo, al ver entrar en la pieza á don Gregorio, se dirigió á él asegurándole en una décima, que compañero más valiente no podría encontrar Ciriaca para recorrer el camino de la vida.

Don Gregorio esta vez ya no se pudo enojar; con los versos y la música, se sentía algo quebrantado en su resolución. La actitud de Ciriaca, por lo demás, no dejaba lugar á duda algo había entre los dos jóvenes; pero con todo, no era cosa de dar así su brazo á torcer y se contentó con aplaudir al cantor, diciéndole con una sonrisa, entre benévola y adusta:

—Despacio, amigo, por las piedras.

Muy poco tiempo después, ocurrió un temporal deshecho que arreó, durante dos días y dos noches, todas las haciendas del partido, y don Gregorio perdió por su parte bastantes vacas, sintiendo no tener en ese trance, para cuidar y campear la hacienda algún hombre de confianza.

Sus hijos todos vivían ya cada uno por su lado, cuidando haciendas propias ó ajenas en otros pagos; sus yernos lo mismo, y con los peones poco hay que contar cuando arrecia por demás el mal tiempo. Para ellos nunca falta por el campo alguna cocina amiga, donde buscar reparo y calentarse el cuerpo por dentro, con unos buenos mates, y por fuera con la llamarada del fogón, lo que, por supuesto, es algo más agradable que el quedarse á la intemperie, ha-