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dole siempre á él la pala más pesada y el potro más bagual, la vaca más mañera y el caballo más lerdo, el novillo más bruto y las yeguas más ariscas, lo mismo que los días de más sol y las noches más obscuras... y, en la cocina, el plato más chato, la cuchara más chica y la presa más flaca. Pero se conformaba con todo, risueño siempre, ó, por lo menos, calladito.

Todos los festejantes de Hermenegilda, naturalmente, se habían escurrido, y después del joven doctor, habían desaparecido, uno tras otro, el hijo de un vecino de regular situación, y otro estanciero, solterón viejo, y un hacendado bastante rico, pero viudo y con una punta de hijos, y dos ó tres mayordomos, quienes, atraídos, á pesar de todo, por el olor á los pesos, habían renunciado por el olor á humo y á grasa de la muchacha y también por su fealdad siempre creciente.

Un pobre capataz hubiera quizá cuajado; pero era un ambicioso que no quería ni un chiquito á Hermenegilda, y como declarase al padre que no se casaría con ella sino con la condición de manejar á su antojo la estancia, don Patricio lo echó.

A Sulpicio, que siempre había creído que sólo para titearlo le habían asegurado que era hija del patrón, no le hubiera disgustado la cocinera, á pesar de lo haraposa, sucia y fea que, sin que el padre lo pudiera impedir, se iba poniendo cada día más; pero á qué se va á casar un pobre peón que ni siquiera tiene setenta centavos para comprar un par de alpargatas? pues Sulpicio, con trabajar como lo hacía, nunca había recibido de su patrón lo que se llama un peso. Tampoco había pedido nada, siempre conforme con lo que le daban y con lo que no le daban,