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el acto, quedando asombrado de verla vestida como verdadera cocinera, toda sucia, negra y de facciones tan toscas. Le habló sin embargo y la saludó con cortesía, pero ella apenas le contestó y más bien como una sirvienta intimidada que como solía hacer la orgullosa señorita Hermenegilda. Como no fuese á la sala con él, no pudo menos que preguntar al padre qué novedad había; y éste le confesó la verdad que su hija parecía haberse vuelto loca, que se lo pasaba en la cocina trabajando como negra, y que ni á las buenas ni á las malas la había podido sacar de allí. El joven manifestó que tomaba su parte en semejante desgracia, expresando el deseo de que pronto pasase, y se fué, para no volver más.

Mientras tanto, seguía en la cocina esperando con toda paciencia Sulpicio que le sirviesen de comer, pero parecían haberse olvidado todos por completo de él, y se quedó con el hambre, muy conforme, sin embargo, sabiendo que conformándose con todo, según se lo había prometido su padre, todo le saldría bien.

El día siguiente, desde la madrugada hasta la noche, no paró de penar ni de ser mandado por el patrón. De todo hizo, de lo que sabía hacer, y de lo que nunca había hecho; pero, como pudo, se dió maña, sin rezongar ni quejarse, y conformándose con todo, comió poco y trabajó como un burro. Y siguieron los días, las semanas y los meses, sin mayor modificación durante todo un año.

Sulpicio había trabajado de quintero y de domador, de lechero y de ovejero, de alambrador y de tropero, de carrero y de zanjeador; había amansado novillos y arado la tierra, había cuidado majadas y rondado yeguas, y hecho muchas otras cosas, tocán-