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prudencia se escurrieron, y los que quedaban, más quedaron por compromiso de vanidad que por otra cosa.

Por fin el gaucho rompió el huevo, y con un ruldo formidable, de la cáscara salió el habitual mandadero de Churri, pero esta vez bajo la forma de un gaucho gigante, y con una voz que parecía trueno, le dijo:

—Por orden de mi padre Churri, el Avestruz, cada vez que quieras pelear, vendré yo y te pegaré una paliza con este rebenque.

Y desapareció, dejando en los ojos del pobre camorrero anonadado la visión de un rebenque capaz de reventar un buey con un solo golpe.

A pesar de esto, no supo resistir á la tentación de alzar y romper otro huevo de avestruz un cuatrero que acababa de carnear un animal ajeno y se llevaba en el mancarrón un gran trozo de carne y el cuero. De la cáscara surgió un sargento de policía armado y vigoroso, que lo ató codo con codo, en un abrir y cerrar de ojos, y se lo llevó á la comisaría con todo el botín.

El último de los huevos del avestruz de que se habló, fué encontrado por el juez de paz del partido.

Podía, por cierto, el huevo contener muchas cosas buenas ó malas, pero cuentan que después de dar alrededor de él dos ó tres vueltas, sin apearse, el juez de paz, de repente, castigó fuerte el caballo y salió á todo galope, sin volverse para atrás... ¿No le gustarían los huevos de avestruz, ó no se atrevería á probar la suerte?