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conseguido del patrón la promesa formal de los mil pesos de gratificación.

Volaban del tendal las peladas. Era un incesante ir y venir de majadas en los corrales y chiqueradas en los bretes, y en pocos días se acabó la esquila, recibiendo Celedonio y Sinforosa, por su trabajo personal, por las latas que les tuvieron que ceder los esquiladores y la gratificación prometida, un montón de pesos que ya hubo que colocar en el Banco, porque hubiera estorbado en casa, y Celedonio confesó que con una mujer como Sinforosa, no había más que hacer lo que ella mandaba.

En las noches de invierno, ahora trabajaban ambos en fabricar bozales y riendas de complicadas trenzas, no alcanzando, á pesar de su rapidez en concluirlos, á hacer todos los que les hubieran querido comprar las casas de negocio.

Doña Sinforosa insinuó un día á su marido que no hay que desperdiciar, en este mundo, ningún medio de aprovechar, y le dijo que quizás, haciendo apuestas de vez en cuando, también podría ganarse buenos pesos. Siempre se acordaba ella de cómo había podido, con un mal cuchillo, apenas afilado con la piedra aquélla, cortar en rebanaditas, con hueso y todo, una pata de carnero. ¡Mire qué lindo sería cortar así un buey entero, y, pensándolo bien, nada sería más fácil!

Así lo pensó Celedonio; é hizo la prueba con un carnero, en su casa, cortándolo, después de carneado, en redondeles, como salame, desde hocico hasta la punta de la cola.

Lo difícil era encontrar quien sostuviera una parada que valiese la pena.

Cuando empezó de nuevo la faena en el saladero,