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La fiera, burlada, pasa de largo; pero pronto se para y vuelve; y cuando, esta vez, volviendo á errar la embestida furiosa, corre, se va con la armada del lazo en las astas, y el lazo se desarrolla, se desarrolla, silbando como una víbora. ¡Oh! Timoteo sabe; sabe con qué clase de bicho lidia; sabe que si se para de golpe en la punta del lazo, se corta la cincha, ó se cae el mancarrón, y todo se vuelve desastre; y por esto le pega un chirlo al flete, lo apura, lo apura, siguiendo al novillo hasta que se para éste, deteniéndose, más bien que detenido, para preparar otra embestida. Lo tiene ahora Timoteo á punta de lazo, pero medio flojo, y le sigue con atención los movimientos: el novillo, de repente, con la cabeza agachada, se viene; pero, por un movimiento rápido del caballo, antes que haya tomado vuelo, el lazo se le estira de costado, como cuerda de guitarra; tiene que cambiar de rumbo para la próxima, y cada vez que empieza á trotear, cimbra el lazo y da vuelta el cogote. Ya tomó otra decisión: se para, clava las manos en el suelo, y tira.

—Tirá, no más, que está bien sobado—susurra Timoteo,—tirá, ¡hijo de la gran barrosa!

Y se resbala del pingo, le palmotea el pescuezo, y silencioso, rápido, se acerca al animal y le planta, entrando toda la mano, el cuchillo en la garganta. La sangre sale á borbotones, y Timoteo se sonríe.

Muge tristemente el novillo blanco, estira el pescuezo, se arrodilla, cae.

Sin perder un minuto, Timoteo, á la luz débil de las estrellas, empieza á desollar el animal. Se apura, porque bien comprende que las bandidos del rancho han de haber dado aviso al amo terrible, y que si lo pillan, la venganza será cruel; pero asimismo,

Las veladas.—8