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frecuentemente en ausencia de los médicos y le pedían que se desnudara, unos con resolución y otros tímidamente. Y otra vez se ponían a examinar su cuerpo con interés. Graves y serios escribían todos los detalles de su enfermedad en un cuaderno especial. Se diría que él no se pertenecía ya y durante todo el día su cuerpo era accesible a todos. Y obedeciendo a los asistentes llevaba pesadamente su cuerpo a la sala de baño, desde donde le dirigían a la mesa en que comían o tomaban el te los enfermos que podían andar.

Se le palpaba, se le examinaba por todos lados como jamás se había hecho antes, y a pesar de esto durante todo el día se sentía profundamente solitario. Le parecía que iba de viaje, que todo aquello era pasajero solamente como en el vagón del ferrocarril. Las paredes blancas sin una mancha, los altos techos, no eran como los de una casa donde las personas se instalan por mucho tiempo. El suelo estaba demasiado limpio y brillante, el aire mismo estaba demasiado regulado y no se percibía ninguno de esos olores especiales que se perciben en toda casa particular. Se diría que el aire aquí era indiferente. Los médicos y los estudiantes eran siempre amables y corteses. Bromeaban dándole familiarmente golpecitos en los hombros con la mano, procurando consolarle; pero después que se iban le parecía que eran empleados de un tren que le llevaba a un destino desconocido. Habían transportado ya millones de hombres y continuaban transportándolos diariamente, y todas sus conver-