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enfermo estaba visiblemente de mal humor. Sus ojos miraban al suelo y sus labios estaban apretados. Esto fué una desagradable sorpresa para el practicante: se creía un gran fisonomista, y el nuevo enfermo, al ver especialmente su cráneo calvo, fué clasificado por él entre las personas de buen humor. Ahora había que clasificarle entre los malos. Ivan Ivanovich, que éste era el nombre del practicante, se dijo que, así y todo, habría que pedir algún día un autógrafo al nuevo enfermo para juzgar su carácter.

Después de haber sido pesado los médicos examinaron por primera vez a Lorenzo Petrovich. Llevaban largas blusas blancas, lo que les daba un aire de mayor importancia aún. A partir de aquel día le examinaban diariamente una o dos veces, ya solos, ya seguidos de estudiantes. A su demanda se quitaba la camisa, y siempre dócil acostaba en el lecho su masa enorme. Los médicos le auscultaban el pecho por medio de un pequeño martillo y un aparato especial, cambiando observaciones e indicando a los estudiantes tal cual particularidad. Le preguntaban con frecuencia sobre su vida anterior, y él respondía con docilidad, por más que le enojara aquello. De sus respuestas se podía deducir que comía mucho, bebía mucho, le gustaban mucho las mujeres y trabajaba mucho. A cada uno de estos «muchos» él mismo se asombraba y se preguntaba cómo podía haber llevado una vida tan antihigiénica y tan irracional.

Los estudiantes le auscultaban también. Venían