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—¡Vístete, amado mío! ¡Pronto, vístete!

—¡Déjalo, Luba!—le gritó el viejo policía—. No lo merece.

Pero Luba se levantó bruscamente.

—¡Cállate, viejo crápula! ¡Es mejor que todos vosotros!

—¡Es un canalla!

—¡No, el canalla lo eres tú!

—¡Cómo!—gritó fuera de sí el viejo policía—. ¡Prendedla!

Luba lloraba de rabia.

—¡Amado mío! ¿Por qué entregaste tu revólver? ¿Por qué no has traído una bomba? Los hubiéramos a todos... a todos...

—¡Apretadle a ésa el gaznate!

Ahogada, sofocada, en silencio, luchaba la mujer contra el policía intentando morderle los dedos. El policía, torpe, que no tenía costumbre de luchar con mujeres, pretendía tirarla al suelo. En el corredor se oían ya voces numerosas, chocar de espuelas de los gendarmes. Se oía también la voz de barítono, seductora, dulce, del oficial de gendarmes. Se diría que era un cantante que hacía su entrada en escena y que ahora iba a empezar la verdadera representación.

El viejo oficial de policía se disponía a recibir a sus jefes.