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—No lo diré. No responderé a ninguna pregunta.

—¡Naturalmente!—arguyó con ironía el oficial.

Pero se apoderó de él la angustia. Examinó durante algunos instantes a aquel hombre casi desnudo, a Luba, que temblaba con todo su cuerpo, la habitación toda, y comenzó a dudar.

—¡Quizá no sea él!—dijo al oído de uno de los espías—. ¡Es tan extraño esto!...

Pero el otro hizo un signo afirmativo con la cabeza.

—No; es él; sólo que se ha quitado la barba. Le he conocido por los pómulos.

—Sí, es verdad; tiene pómulos de bandido.

—Y mire usted sus ojos; por esos ojos le habría reconocido entre mil personas.

—Sí, tiene unos ojos... Enséñeme la fotografía.

El oficial examinó la fotografía largo tiempo. Representaba un joven muy hermoso y elegante, con una larga barba y una mirada tranquila y clara. En cuanto a los pómulos, no se le veían.

—¡Mira, aquí no hay pómulos!

—Porque están escondidos bajo la barba.

—Sí, pero... Mira esa cara... ¿Bebe él quizá?

—No, esos no beben nunca—dijo con una sonrisa irónica el espía, un hombre delgado con una pequeña perilla que abusaba demasiado del alcohol.

—Sé que no beben, pero aun así...

El oficial se acercó al terrorista.

—Escuche usted: ¿era usted el que tomó parte en el asesinato de...?