El sonrió amargamente.
—¿Crees que no tengo a donde ir? Voy a donde mis camaradas.
—¿A donde los buenos, pues? ¿A donde los puros? Entonces ¿me has engañado?
— Sí, a donde los buenos, a donde los puros—y sonrió de nuevo.
Su toilette estaba ya hecha. Se miró los bolsillos.
—Dame mi cartera. Se la dió.
—¿Y mi reloj?
—Ahí está, en la mesa de noche.
—¡Adiós, Luba!
—¿Tienes miedo, pues?—preguntó con voz tranquila, simple.
La miró. Estaba en pie, alta, de brazos finos casi infantiles, con una sonrisa en sus labios pálidos.
—¿No tienes valor?
¡Cómo había cambiado! Hacía algunos minutos estaba altiva, casi terrible; ahora está triste, abatida... es más bien una jovencilla tímida que una mujer. Pero es igual; se irá.
Dió un paso hacia la puerta.
—¡Y yo que creía que ibas a quedarte!...
—¿Qué?
—Creía que te ibas a quedar... conmigo...
—¿Para qué?
—Contigo sería mejor... La llave la tienes en el bolsillo.
El metió la llave en la cerradura.