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lo más barato. No, rico; dame lo más caro, sin lo que no puedas vivir.
—Pero ¿por qué razón?
—¿Cómo por qué razón? Pues muy sencillamente: para no tener vergüenza.
—Luba—exclamó él extrañado—, pero es que tú misma eres...
—¿Quieres decir que si yo misma soy buena? ¿Sí? Pues bien, ya lo había oído. Pero eso no es verdad. Yo estoy prostituida, eso es todo. Pronto lo aprenderás cuando te quedes conmigo.
—Pero no me quedaré—gritó él apretando los dientes.
—No vale la pena de gritar, rico. La verdad no teme los gritos. Es como la muerte: cuando viene hay que recibirla tal como es. La verdad es a veces penosa, bien lo sé yo.
Bajó la voz y añadió mirándole fijamente a los ojos:
—Dios también es bueno, ¿no es eso?
—¿Y bien?
—Nada más. Reflexiona, yo no te diré nada mas... Hace cinco años que no he estado en la iglesia... Sí, es muy complicada la verdad...
¡La verdad! Un nuevo horror que no había conocido de cerca ni frente a la vida ni frente a la muerte.
Con sus concepciones simplistas, no sabiendo resolver todos los problemas mas que por un «sí» o un «no», pasaba ahora una revista rápida a su vida de punta a cabo. Se descomponía como una barra-