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Se detuvo asustado.

—Sí, querido, eso es. ¿Te da miedo? Eso no es nada. No es mas que el principio lo que da miedo...

—¿Y después?

—Te quedarás conmigo y sabrás lo que pasa después.

No comprendió.

—¡Cómo!, ¿quedarme contigo?

Ella a su vez se manifestó sorprendida.

—Pero después de eso ¿adónde podrías ir ya? Ten cuidado, querido, no valen trampas. Tú no eres un canalla como los otros. Si eres puro, honrado, te quedarás aquí y no irás a ninguna parte. No ha sido en vano el estarte esperando.

—¡Pero tú estás loca!—gritó con cólera.

Ella le miró fijamente, con severidad, y le amenazó con el dedo.

—Eso está mal. No se dice eso. Puesto que la verdad viene a ti, salúdala muy humildemente, pero no digas: «¡Tú estás loca!» Mi escritor es el que tiene la costumbre de decir eso; pero ése es un canalla, mientras que tú, tú debes ser honrado.

—¿Y si no me quedo?—dijo él con una pálida sonrisa en sus labios contraídos.

—¡Te quedarás!—afirmó ella con certidumbre—. ¿Adónde vas a ir? No tienes ya a donde ir. Eres honrado. Un canalla tiene ante sí muchos caminos; un hombre honrado no tiene mas que uno solo. Lo comprendí cuando me besaste la mano. «Es estúpido, pero es honrado», me dije en aquel momento. No hay que reprocharme el haberte llamado estú-