lentos de costumbre, se precipitaban ahora en una danza vertiginosa. Sentía la aproximación de algo terrible como la muerte.
—¿Qué es lo que has dicho?
—He dicho: es vergonzoso ser bueno. ¿No lo sabías?
—No, no lo sabía—balbuceó.
Sitiado por todo un mundo de pensamientos in esperados cayó sobre la silla olvidándose casi de la mujer.
—Bien; puesto que no lo sabías es preciso que lo sepas.
Hablaba tranquilamente; pero su pecho levanta de por la respiración agitada revelaba la profunda turbación de su alma, el grito de rebeldía largo tiempo ahogado y dispuesto a hacerse oír.
—En fin, ¿lo has aprendido ahora?
—¿Qué?—preguntó él como si acabara de despertarse.
—¿Lo sabes ahora?—repitió ella.
—¡Espera un poco!
—Bueno, esperaré. Cinco años hace que espero; puedo esperar aún cinco minutos.
Se sentó, y como si presintiera una gran alegría juntó sus manos sobre la nuca y cerró los ojos con una sonrisa de felicidad.
—Esperaré, querido. ¡Todo lo que quieras, rico mío!
—¿Has dicho que es vergonzoso ser puro?
—Sí, mi lobito, es vergonzoso.
—Entonces...