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—¿Qué?—exclamó él horrorizado de pronto ante el abismo que se abría a sus pies.

—Hace mucho tiempo que te esperaba.

—¿Que me esperabas? ¿Tú?

—Sí, esperaba al bueno. Le he esperado cinco años o quizá aun más. Todos los que venían aquí se calificaban ellos mismos de cobardes, de canallas. Y eran verdaderamente canallas. Mi escritor me aseguró primero que era bueno; luego me confesó que era también un canalla. No tengo necesidad de esas gentes.

—¿Qué es lo que necesitas entonces?

—Tú, eres tú lo que necesito, querido. ¡Sí, tú! Tú eres precisamente lo que me tiene cuenta

Le examinó atentamente de arriba abajo e hizo con la cabeza un signo afirmativo.

—Sí, es justamente esto lo que me hacía falta. ¡Gracias por haber venido!

El, que jamás temió a nada, fué presa del pánico.

—Pero ¿qué es lo que quieres?—preguntó retrocediendo.

—Me hacía falta abofetear a un bueno, querido; a un verdadero bueno. Los otros, toda esa canalla, no vale la pena de que se la abofetee. Eso es ensuciarse las manos. Pero cuando te he abofeteado a ti he sentido mucho placer. Voy hasta a besar la mano que te ha pegado. ¡Manita querida, bien has trabajado hoy!

Con una risa de contento acarició su mano derecha y la besó tres veces seguidas. El miró a la mujer con un aire salvaje. Sus pensamientos, tan