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había visto ya, lo había vivido, y aquella copa de coñac, y la muchacha que daba vueltas a la sortija lentamente, y él mismo—no este él, sino otro algo distinto—, y la música, que cesaba precisamente en aquel momento, y aquel chocar de espuelas... Todo, todo... Como si ya otra vez hubiera vivido en esta casa o en otra casa que se le parecía mucho; como si él fuera allí algo grave, un personaje importante alrededor del cual se desarrollaran los acontecimientos. Este sentimiento extraño era tan fuerte que le produjo un pequeño escalofrío. Pero este sentimiento desapareció en seguida, casi de repente; quedó como una huella ligera, imborrable, de reminiscencias de algo que no ha existido jamás.

Durante aquella noche agitada se sorprendió algunas veces de que los hombres y las cosas evocaran en él vagas reminiscencias como si llegaran de las lejanas tinieblas del pasado o acaso de la nada. Le parecía que había estado ya otra vez aquí: talmente le era conocido y familiar cuanto le rodeaba. Este sentimiento le era desagradable; le alejaba de sí mismo y de sus camaradas de combate y le aproximaba a aquella casa de lenocinio con toda su porquería y su vida sucia, repugnante.

El silencio le pesaba demasiado.

—¿Por qué no bebe usted?—preguntó.

Ella se estremeció.

—¿Qué?

—Beba un poco. ¿Por qué no bebe usted?

—Sola no quiero.