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ña que sus dedos tocaran el hombro desnudo de la mujer.

Permanecieron largo tiempo de este modo, guardando silencio y mirándose de frente.

De pronto se oyeron voces y pasos en el corredor. Las espuelas resonaban suavemente sobre el suelo. Todos estos ruidos se detuvieron ante la puerta de la habitación donde se hallaban él y Luba. El se levantó rápidamente. Alguien llamaba ya a la puerta: primero con los dedos, después con el puño. Una voz femenina dijo sordamente:

—¡Luba, abre la puerta!

IV

El miró y escuchó.

—Dame tu pañuelo—le dijo ella deteniéndole la mano sin mirarle.

Se enjugó el rostro, se sonó ruidosamente, le tiró el pañuelo sobre las rodillas y se dirigió hacia la puerta.

El seguía mirando y escuchando. Luba apagó la luz y la habitación quedó sumida en las tinieblas.

—Y bien, ¿qué es lo que pasa? ¿Qué queréis?—preguntó Luba sin abrir la puerta, con una voz un poco airada pero serena.

La respondieron a la vez varias voces femeninas; pero se callaron de pronto como cortadas y se oyó una voz de hombre respetuosa pero insistente.