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ese olfato agudizado que siente el peligro y que era como un sexto sentido en él y sus camaradas. Se sentó en el lecho rápidamente, y escrutando la semiobscuridad rosa de la habitación, su mano apretó el revólver en el bolsillo. Al ver a Luba sentada siempre en la misma posición, con sus hombros rosados y su pecho descubierto y con sus ojos misteriosos e inmóviles, se dijo: «¡Me ha traicionado!» Después, habiéndola mirado más fijamente, lanzó un suspiro y rectificó: «¡No, no me ha traicionado aún; pero me traicionará!»

¡Estaba perdido!

Y dirigiéndose a la muchacha le preguntó brevemente:

—¿Y bien? ¿Qué?

Pero ella no respondió. Sonrió triunfante y sus ojos se fijaron en él con malignidad y siguió guardando silencio; se diría que estaba segura de que era ya suyo, que no se la escaparía y, sin apresurarse, quería gozar de su poder.

—Y bien, ¿qué es lo que dices?.—preguntó él otra vez frunciendo las cejas.

—¿Yo? Lo que te digo es que ya es hora de que te levantes. ¡Basta ya! No hay que abusar. Esto no es un asilo de noche, querido.

—Enciende la otra lámpara—ordenó él.

—No quiero.

La encendió él mismo. A esta nueva luz vió los ojos negros de Luba extremadamente malvados, su boca contraída de odio, sus brazos desnudos. Parecía ahora amenazadora, decidida a algo muy