Página:Las tinieblas y otros cuentos.djvu/199

Esta página ha sido corregida
199

Pero el señor parecía de mal carácter y Nadieschda no se atrevió a contarle todo aquello.

A la derecha de la línea férrea se extendía una llanura con pequeñas colinas, verdes por la humedad constante. Al borde de esta llanura estaban, como si se las hubiera tirado allí, casitas que parecían de juguete. En la cima de una alta montaña verde, al pie de la cual brillaba como una serpiente de plata un riachuelo, se encontraba una pequeña iglesia, minúscula también como un juguete. Cuando el tren con gran estrépito atravesó, como suspendido en el aire, un puente sobre un río, Petka tuvo un estremecimiento nervioso y se separó de la ventanilla; pero inmediatamente volvió a acercarse temiendo perder el más pequeño detalle del recorrido. Sus ojos no tenían ya la expresión de sueño; las arrugas que los circundaban habían desaparecido. Se diría que alguien había pasado una plancha caliente sobre su rostro borrando las arrugas y poniéndole liso y blanco.

Durante los dos primeros días de la estancia de Petka en el campo su corazoncito tímido estaba abrumado por la riqueza y la fuerza de las un presiones nuevas que caían sobre él de todas partes. Los salvajes de los siglos pasados aturdíanse cuando venían del desierto a la ciudad; este salvaje de nuestros días, arrancado de los brazos de piedra de la ciudad inmensa, se sentía débil e impotente en el campo, en el seno de la Naturaleza. Todo era allí para él vivo, dotado de sentimientos y de voluntad. Tenía miedo del bosque, que se