156
tario: por la noche se ponía delante de la casa y ladraba con todas sus fuerzas. Luego se echaba bajo la terraza y gruñía furiosamente, pero en este gruñido se notaba satisfacción y orgullo de sí mismo.
La noche de invierno era terriblemente larga. Las negras ventanas de la casa desierta miraban tristemente al jardín inmóvil cubierto de nieve y de hielo. A veces una lucecita azul se reflejaba en las ventanas: era una estrella descendente o un rayo de Luna que caían sobre los cristales.
II
Cuando llegó la primavera la casa desierta se llenó de repente de ruidos, de crujir de pies. Unos hombres llevaron pesados muebles. Una muchedumbre de inquilinos: hombres, mujeres y niños había venido de la ciudad vecina para pasar allí el verano. Embriagados de aire, de calor y de sol gritaban, cantaban, reían.
Con quien primero hizo conocimiento el perro fué con una hermosa muchacha vestida con traje de colegiala. Había venido a ver el jardín. Llena de impaciencia y de alegría, con el deseo de besar ávidamente todo lo que veía a su alrededor, admiró un instante el cielo azul, las ramas rojizas de los cerezos y se echó sobre la hierba, vuelta la cara al Sol ardiente. Después saltó nuevamente sobre sus piernas, y abrazándose a sí misma, besando el aire primaveral, gritó extasiada:
—¡Dios mío, qué bello es esto!