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de que la puerta cerraba bien, y quedó satisfecho: la puerta se cerraba con llave. Luego se acercó a la ventana, la abrió y miró hacia afuera: estaba demasiado alta, en un tercer piso y daba al patio. Hizo una mueca de descontento. Después dió vuelta a las dos llaves de la luz eléctrica: cuando una luz que estaba en el techo se apagaba, la otra, colocada cerca de la cama, se encendía como en los hoteles comm'il faut.

¡Pero en cuanto al lecho!...

Alzó los hombros y puso cara de risa, pero no rió; no fué más que un juego de músculos familiar a todas las personas habituadas a esconder algo cuando se quedan solas.

¡Ah, aquel lecho!...

Le examinó por todos lados, palpó la espesa manta, y de pronto, acometido de un repentino deseo de hacer locuras, comenzó a hacer gestos de sorpresa con los ojos y los labios. Pero un instante después volvió a ponerse serio, se sentó y, fatigado, esperó la vuelta de Luba. Intentó pensar en lo que le esperaba dentro de dos días en aquella estancia suya dentro de una casa de lenocinio... pero los pensamientos no le obedecían. Se encrespaban y se peleaban. Era el sueño contenido cuarenta y ocho horas que se empezaba a rebelar: allá en la calle el sueño se estuvo tranquilo; ahora se enfurecía, atormentaba brazos y piernas, martirizaba todo el cuerpo. El joven comenzó a bostezar hasta saltársele las lágrimas. Para espantar el sueño cogió su browning, tres paquetes de balas, sopló en el ca-