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aquel miedo secreto que envolvía su rostro como un velo misterioso y desfiguraba sus rasgos. En la imaginación de Valia era ya una mujer como todas las demás. Oía decir frecuentemente que era desgraciada y no podía comprender por qué; pero aquella pálida faz de la que parecía que habían chupado toda la sangre se hacía para él más simple, más natural y comprensible. La «pobre mujer», como se calificaba, comenzaba a interesarle; se acordaba de las otras pobres mujeres, de las que había leído en sus libros, y experimentaba hacia ella una piedad mezclada con ternura tímida. Se la figuraba sola en una habitación negra, llena de miedo y llorando sin cesar como lloraba el día de su visita. Hasta lamentaba haberla contado tan mal entonces la historia del rey Bova...

***

Se vió que tres jueces podían no estar de acuerdo con lo que habían decidido otros tres jueces: el tribunal de casación anuló el veredicto del tribunal anterior y la madre de Valia adquirió el derecho de llevársele a su casa. El Senado confirmó el veredicto del tribunal de casación.

Cuando aquella mujer vino a llevarse a Valia Gregorio Aristarjovich no estaba en casa: se había acostado en la cama de Talonsky, enfermo de rabia y de dolor. Nastasia Filipovna se había encerrado en su cuarto con Valia, que estaba ya dispuesto para el viaje. La criada condujo a Valia adonde le esperaba su madre, que era en el sa-