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—No, no me gusta.

Y se puso a leer de nuevo.

Valia creía terminado el incidente, pero se engañaba. Aquella mujer extraña, de rostro lívido como si le hubieran chupado toda su sangre, llegada no se sabe de dónde y luego desaparecida otra vez, perturbó toda la casa, expulsó de ella la tranquilidad y la llenó de angustia sorda. Mamá-tía lloraba frecuentemente y preguntaba a Valia si quería abandonarla; papá-tío se pasaba sin cesar la mano sobre el cráneo calvo, levantándose sus crasos cabellos blancos, y cuando mamá no estaba delante le preguntaba también si quería ir a casa de aquella mujer.

Una noche, cuando Valia estaba ya en la cama, pero sin dormirse todavía, el ex papá y la ex mamá hablaban de él y de aquella mujer extraña. El ex papá hablaba con una voz baja y enfadada que hacía temblar ligeramente los cristales azules y rojos de la gran araña.

—¡Estás diciendo sandeces, Nastasia Filipovna! No tenemos el deber de devolver el niño. En interés suyo no le tenemos. No se sabe de qué vive esa mujer desde que fué abandonada por... aque...; en fin, yo te digo que el niño perecería en casa de aquella mujer.

—Pero ella le ama, Grischa.

—¿Y nosotros no le amamos? Razonas de una manera extraña, Nastasia Filipovna. Se diría que querías desembarazarte del niño.

—¿No te da vergüenza decir eso?