atentamente a Valia; pero cuando éste, de mala gana, se puso a contar la historia, ella se abismó en sus pensamientos y quedó sombría como una linterna apagada. Valia se ofendió por sí mismo y por el rey Bova; pero queriendo ser galante acabó la historia apresuradamente.
—¡Eso es todo!—dijo.
—Pues bien, hasta la vista, mi querido niñito—dijo la extraña mujer, empezando de nuevo a apretar sus labios contra el rostro de Valia—. Pronto volveré otra vez. ¿Estarás contento de verme?
—Sí, vuelve si quieres—contestó él galantemente. Y con la esperanza de que se fuera antes—: ¡Muy contento!
Se marchó. Pero tan pronto como Valia encontró en el libro la palabra en que había quedado vió entrar a mamá. Le miró y se echó a llorar también. Que la otra mujer llorara se comprendía: probablemente lamentaba ser tan desagradable y enojosa; pero ¿por qué lloraba mamá?
—Oye—le dijo a mamá con aire pensativo—: Aquella mujer me ha disgustado terriblemente. Dice que es mi mamá. ¡Como si un muchacho pudiera tener dos mamas a la vez!
—No, querido, eso no pasa nunca, pero te ha dicho la verdad; es verdaderamente tu mamá.
—Y tú, ¿qué es lo que eres?
—Yo soy tu tía.
Este fué un descubrimiento inesperado, pero Valia le recibió con una indiferencia imperturba-